JABÓN: Cómo y por qué elimina la suciedad y los virus, diferencia con detergentes y un poquito de su historia
La parte hidrófila del jabón está compuesta por grupos químicos polares, como el carboxilato de sodio, que se atraen mutuamente con las moléculas de agua, también polares. Esta interacción permite que el jabón se disuelva con facilidad en el agua, lo que es clave para su funcionamiento.
Por otro lado, la parte hidrófoba, formada por una larga cadena hidrocarbonada sin carga eléctrica, es perfecta para interactuar con moléculas no polares, como las de las grasas y aceites que componen la suciedad. Esta parte del jabón no es soluble en agua, pero sí es afín a las grasas.
Los extremos afines a la grasa de muchas moléculas de jabón se adhieren a la suciedad, rodeándola y separándola de la superficie del tejido o la piel. Así, forman una estructura envolvente llamada micela, que encapsula la grasa y permite que se disperse fácilmente en el agua gracias a los otros extremos del jabón, afines a ella.
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Los detergentes y el jabón comparten un mecanismo básico para limpiar: ambos rompen la tensión superficial del agua, permitiendo que se mezcle con la grasa y el aceite.
Sin embargo, hay diferencias clave en cuanto a:
Obtención: El jabón se obtiene a partir de grasas o aceites naturales que reaccionan con sustancias de carácter básico (lo contrario de ácido) como la sosa cáustica o la potásica, un proceso tradicional llamado saponificación.
En los jabones industriales que comúnmente usamos en casa, las sales de ácidos grasos (sales de sodio o potasio) son los ingredientes principales del jabón sólido. La glicerina que se produce como subproducto de la reacción de saponificación se elimina del jabón final porque es utilizada en la industria cosmética y farmacéutica por sus propiedades hidratantes, es decir, que absorbe la humedad del aire y la mantiene en la capa superior de la piel evitando que esta se reseque y conservando su suavidad. Para compensar esta pérdida, algunas marcas añaden ingredientes adicionales como cremas o lociones hidratantes. En los jabones caseros sí suele conservarse la glicerina.
En cambio, los detergentes son productos elaborados a partir de diversas sustancias químicas, como surfactantes, blanqueadores ópticos, enzimas, y otros compuestos. Estos productos ofrecen propiedades de limpieza más versátiles y eficaces, como ahora explicaremos.
Mecanismo de funcionamiento: Ambos, jabón y detergente, atraen tanto la grasa como el agua, permitiendo que la suciedad se elimine. Sin embargo, los detergentes contienen surfactantes que reducen en mayor medida la tensión superficial del agua, permitiendo que esta se extienda mejor sobre las superficies y penetre más fácilmente en la suciedad. Podríamos decir que el agua con detergente "moja más", actuando como un explorador que puede escurrirse por más rincones para eliminar la grasa de manera más eficiente, mientras que el jabón es más limitado en ese sentido.
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Ingredientes especiales: Los detergentes contienen enzimas que descomponen moléculas orgánicas como proteínas, almidones y grasas, facilitando la eliminación de manchas difíciles porque permiten "trocearlas" en manchas más pequeñas a nivel microscópico. También cuentan con blanqueadores tradicionales, como el hipoclorito de sodio (lejía) o sustancias que liberan oxígeno activo, que eliminan manchas y aclaran tejidos mediante reacciones químicas que alteran la estructura de las moléculas responsables del color. Sin embargo, los detergentes modernos también pueden incluir blanqueadores ópticos, que actúan potenciando el reflejo de la luz para que las prendas parezcan más brillantes sin dañar los tejidos. Sin embargo, no "limpian" en el sentido tradicional, sino que juegan con la luz para mejorar la apariencia de la ropa al reducir el amarilleo. Son sustancias fluorescentes. Los más utilizados son compuestos derivados de los estilbenos.
Rendimiento en diferentes tipos de aguas: El jabón es menos eficaz en agua dura, ya que esta contiene mayor cantidad de minerales disueltos como el calcio y el magnesio. Estos minerales forman precipitados sólidos cuando se combinan con el jabón, lo que disminuye su capacidad limpiadora. Dichos precipitados bloquean las moléculas del jabón y reducen su accesibilidad a la grasa, impidiendo que se forme adecuadamente la emulsión que arrastra la suciedad. Como resultado, el jabón deja residuos y no limpia tan bien en agua dura, además de que parte de él se consume en la formación de dichos precipitados y no en limpiar. Por otro lado, los detergentes están diseñados para evitar esta reacción con los minerales, manteniendo su efectividad en agua dura y permitiendo una limpieza más versátil en diversas condiciones de lavado.
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Versatilidad en las aplicaciones: El jabón es ideal para la limpieza personal y superficies y tejidos en agua blanda, ya que su rendimiento disminuye en condiciones más duras. Los detergentes, sin embargo, son más versátiles y eficaces en el lavado de ropa, platos y superficies, incluso en agua dura o a bajas temperaturas, lo que los convierte en una opción más adaptable para diferentes necesidades de limpieza.
Dado que tanto el jabón como las membranas lipídicas de virus y bacterias son químicamente similares (ambos están formados por lípidos o grasas), la parte hidrófoba del jabón se ve atraída hacia la membrana. Las moléculas lipídicas tienden a agruparse entre sí para evitar el agua, comportamiento que también ocurre con las grasas de la suciedad. Es como si el extremo hidrófobo del jabón se uniera con fuerza a la membrana grasa del virus o la bacteria por su afinidad química.
Este "tirón" acaba debilitando la estructura de la membrana, separando los lípidos y desestabilizando el recubrimiento del microorganismo. Como resultado, la membrana se descompone en fragmentos que el jabón rodea en micelas, esas esferas de moléculas de jabón que, como ya sabemos, atrapan los restos grasos y permiten que el agua los elimine fácilmente.
En el caso de los virus, al romperse la membrana lipídica, el virus queda inactivado, ya que pierde su estructura y la capacidad de proteger su material genético. Sin la membrana, no puede usar sus proteínas clave (como las espigas o la corona) para infectar células. Estas proteínas son indispensables para que el virus se enganche a nuestras células y comience a replicarse. En su estado descompuesto, incluso si alguna parte del virus quedara en nuestras manos, no puede cumplir su función, quedando inutilizado.
De manera similar, en las bacterias, cuando el jabón descompone su membrana plasmática, la célula no puede mantener sus funciones esenciales, como la síntesis de proteínas y el control de sustancias internas. Esto provoca la muerte celular, ya que la bacteria pierde su capacidad para regular lo que entra y sale de la célula, un proceso esencial para su supervivencia.
Así, el jabón desestabiliza y rompe las membranas de virus y bacterias de forma efectiva, eliminando su capacidad para causar infecciones. Una herramienta simple pero extremadamente poderosa para protegernos de patógenos.
El uso de jabón se remonta a miles de años atrás. Los registros más antiguos sobre su fabricación y uso provienen de la antigua Mesopotamia, alrededor del año 2800 a.C., donde se mezclaba grasa animal con cenizas para obtener una sustancia similar al jabón que se usaba principalmente para limpiar lana y algodón antes de tejerlos.
Los egipcios también empleaban una mezcla de aceites animales y vegetales con cenizas, que utilizaban tanto para la higiene personal como para tratar enfermedades de la piel.
Sin embargo, durante la época romana, aunque el jabón era conocido, no se usaba comúnmente para el aseo personal, sino más bien para la limpieza de tejidos y objetos. Los romanos preferían limpiarse con aceite, que luego retiraban utilizando un strigil, una herramienta curva de metal con la que raspaban la piel para eliminar la suciedad y el sudor.
Fue durante la Edad Media cuando la fabricación de jabón comenzó a extenderse en Europa, particularmente en regiones como España, Francia e Italia. En estas áreas se desarrollaron técnicas avanzadas que incluían el uso de aceites vegetales, como el de oliva, en lugar de grasas animales, lo que resultó en jabones de mayor calidad. Las ciudades de Marsella y Savona se convirtieron en importantes centros de producción de jabón. Con el auge del comercio marítimo en el siglo XVII, Marsella destacó como el centro de referencia gracias a las estrictas normativas francesas que regulaban la calidad del jabón elaborado con aceite de oliva, lo que sentó las bases del actual "jabón de Marsella", famoso por su pureza y eficacia.
A medida que avanzaba la industrialización en el siglo XIX, la producción de jabón experimentó un cambio importante: los métodos de fabricación se perfeccionaron y se volvieron más eficientes, lo que permitió su fabricación en masa. Esto sentó las bases para el jabón tal y como lo conocemos hoy, convirtiéndose en un producto indispensable para la higiene y la limpieza personal.
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